fausto garcia
«El hombre que oculta su pasado se niega a sí mismo». (Fausto García).
“Queridos catequistas, en estos días de extremo calor –y en el hemisferio sur de extremo frío– no debemos olvidar que podemos aprovechar estos malestares para unirnos más al Señor, llevando esta “cruz” por amor a Él y unidos a Él. contigo, Jesús”. Continuando con nuestra lectura de textos de San Pablo, para meditarlos y dejar que iluminen nuestra vida, hoy he seleccionado dos de la primera Carta a los Corintios.
“Porque la predicación de la cruz es tontería para los que se pierden; pero para los que se salvan -para nosotros- es la fuerza de Dios. Porque la Escritura dice: ‘Destruiré la sabiduría de los sabios, e inutilizaré la inteligencia de los inteligentes’. ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde se aprendió? ¿Dónde está el sofista de este mundo? ¿No engañó Dios a la sabiduría del mundo? De hecho, como el mundo no conoció a Dios en su sabiduría divina por medio de su propia sabiduría, Dios quiso salvar a los creyentes a través de la locura de la predicación. Así, mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, locura para los gentiles; pero para los llamados, tanto judíos como griegos, un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios» (1,18-24). «En cuanto a los casados, yo les mando, no yo, sino el Señor: que la mujer no se separe de su marido, pero en caso de separación, que no se vuelva a casar, ni que se reconcilie con su marido, y que el marido no despida a su mujer» (7,10-11).
“Predicamos a Cristo crucificado”, dice San Pablo. ¿Lo hacemos, sin avergonzarnos de decir que la felicidad no está en la fuga permanente de todo lo que cuesta? ¿Le decimos a Jesús: “por ti” y “contigo” cuando tenemos problemas? ¿Somos conscientes de que el matrimonio es para siempre y que debemos cuidarlo como un gran tesoro?
“Porque ninguno de nosotros vive para sí mismo; así como nadie muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor; y si morimos, para el Señor morimos. Entonces, ya sea que vivamos o muramos, pertenecemos al Señor. Porque Cristo murió y resucitó para esto, para ser Señor de vivos y muertos» (14, 7-9).
“Nosotros, los fuertes, debemos soportar las debilidades de los débiles y no buscar nuestro propio placer. Procure cada uno de nosotros agradar a su prójimo en lo bueno, buscando su edificación; porque Cristo tampoco buscó su propio placer, sino, como dice la Escritura: ‘Los ultrajes de los que os ultrajaban cayeron sobre mí’” (15,1-3).
¿Vivimos para el Señor? ¿Lo amamos tanto que no queremos que nada, ni el sufrimiento ni la misma muerte, nos separe de Él? Encontrar a alguien, como san Pablo, como los santos en general, que haya amado tanto a Cristo que haya podido decir eso nos obliga a hacer un examen de conciencia. No se trata sólo de ser buenos, sino de ser santos, o lo que es lo mismo: de estar locamente enamorados de Cristo.
En cuanto a la segunda frase, debería hacernos pensar en las quejas que a veces emitimos por tener que ayudar o aguantar a alguien. ¿Nos gustaría vernos en tu lugar, necesitados de ayuda? ¿No es mucho mejor poder ayudar que tener que mendigar, y no me refiero sólo a las limosnas de dinero? San Pablo sabía que Dios lo sostenía y lo fortalecía; Lo consideró un gran regalo, pero un regalo que tenía la obligación de compartir para ayudar a aquellos que, con culpa o sin ella, eran débiles y necesitaban ayuda.” (santiago@frmaria.org)